lunes, 15 de noviembre de 2010

Yo quería contar...

Hace ya como una semana, que estoy dándole clases a una chica de 19 años, que se llama Giulia, y está enamorada de la Argentina. Sería injusto decir que estoy enseñándole español, porque esa chica es un genio de los idiomas, y parece que tuviera inyectado el gen porteño, es una argentina rioplatense hecha y derecha, con una memoria formidable, y tanta tanta alegría y entusiasmo y buena onda, que la verdad que es un placer tener un trabajo así. Pero en realidad es siciliana. Podría hacer un blog entero dedicado sólo a ella y sus historias. La novela de Giuli, le digo cada vez que nos encontramos. Pero quizá baste con decir que fue dos veces a Argentina y decidió que se quiere ir a hacer la carrera de publicidad en la UADE. En realidad lo que estoy haciendo es prepararla para el cursillo de ingreso, que por suerte, es idéntico a lo que yo hice para entrar a mi facultad. Los límites cuando uno da clases, y cuando uno se identifica tanto en la persona que tiene adelante, son demasiado difusos, casi inexistentes. En un principio quise poner distancia, pero ahora ya es como que no me importa. Termina la clase y me la traigo a tomar mate a casa para que haga tiempo hasta que venga el tren. Si yo decía en el último post que estaba anestesiada, juro que la llegada de Giuli a mi vida me despertó y me sacudió, me llevó hasta aquella adolescente de 18 que fui, hasta los sueños de aquel entonces, tantos, tantos hechos realidad. Y qué bueno poder transmitirle que sí, que se puede correr tras lo que uno siente, tras lo que uno de verdad quiere. Que después de todo, yo lo hice. Y tan, tan mal no me fue.

lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Anestesiada?

A veces siento que ando así como anestesiada, que me atiborro de trabajo, digo sí, sí, sí, me empeño por estar ocupada, me zambullo en la rutina, me aíslo y me alieno. Me anestesio. No es otra la palabra. Me desconecto de mis sentimientos más profundos y funciono como un robotito. Feo. Esto de no escribir en el blog es un poco parte de ese proceso de anestesiamiento. Mecanismos de defensa, caparazón para sobrevivir a tanto destierro.
Ah no, no era que habías dejado todo eso muy atrás desde que llegaste a Sicilia.
Y parece que no tanto. El equilibrio sigue estando, pero bastante seguido me pregunto a qué costo.
El sábado pasado tuve una descompostura fea, de esas que te dejan tiritando, con fiebre y vómitos, de esas en las que te duele hasta el alma y que te deja apenas con ganas de gritar mamáaaaaaaaa! Lástima que era al revés. Era a mí a la que llamaban del otro lado de mi delirio, y los ojos celestes de mi crío los que miraban insistentes para que me levante de la cama, hasta que nada de eso funcionaba y me arrastraba directamente con el brazo para que lo lleve "a la plaza, a algún lado mamá". Esos son los días en los que te sentís tan sola. Claro que conozco gente, claro que tengo amigos, o conocidos. Pero en esas circunstancias límite se cuentan con los dedos de una mano los que pueden estar ahí, haciéndote el aguante, y haciéndote sentir cómoda y tranquila. Seré jodida yo, será resistencia a pedir ayuda, será más caparazón, será algo de omnipotencia.
Algo de eso hay también en mi insistencia en hacer malabares para tener la casa limpia, trabajar diez horas por día, cocinar, cuidar a mi nene y ser además la mujer más cariñosa del mundo con Pablo. Y no boluda, todo no se puede. Ya decidí, vendrá una señora una vez por semana a darme una mano y limpiar bien todo, como para que yo después mantenga y listo. Basta, se acabó. Prioridades son prioridades, y no puedo andar volviéndome loca todo el día atrás de las pelusas por quién sabe cuántos prejuicios tengo sobre el tener empleada en casa... es una mano y punto. Necesito ayuda. Sí. Necesito ayuda. Acá, en esto y ahora, y en tantos otros aspectos también. Vamos, ejercitate, decilo.
El otro día soñaba que era el cumple de Emilio (de hecho, fue) y que había hecho la fiestita (la hice, primer festejo italiano!) y que me había olvidado de invitar a los hijos de mis amigas, sí, de mis amigas del alma... ninguno de ellos había venido (y claro, están del otro lado del mundo). Ni de los amigos de Pablo. Qué desesperación. Qué impotencia. Y trataba de darles explicaciones de que no entendía por qué, pero me había olvidado. Y no había vueltas que darle.
Ojo, yo estoy agradecida a la vida por todas las oportunidades que me dio este yirar por aquí y por allá. Y si pienso en ocho años atrás cuánto añoraba este momento y me veo flaca escuálida corriendo los colectivos para ir a ver a mi amor cada vez que podía, haciendo 400, 700 o 1500 kilómetros, puedo decir que sí, que todo eso valió la pena.
Es sólo que a veces cansa esta lejanía, este no estar cuando viene tu amiga del sur, cuando operan a tu otra amiga, cuando la panza en la que está tu futuro ahijado crece, cuando tus dos hermanas van a ser orgullosas testigo de casamiento de sus amigas, cuando es el día de la madre y te das cuenta la mamá inmensa que tenés, que viaja a ver ella a sus tres hijos porque ellos no pueden ir a verla en "su" día, y no las ves, no les ves la cara radiante, no ves las lágrimas. Podés sólo intuirlo en las voces, en las palabras, en el chat.
Son elecciones, cada mañana cuando siento ese cosquilleo que empieza a crecer amenazador en la panza, me digo eso... son elecciones, Magui. Y todo tiene una razón de ser. Por ahora me la banco. Llegará un día en el que no me la bancaré más.
Uf, creo que estos eran varios posts que tenía atragantados.
Pero todo bien eh, linda la Sicilia todavía en noviembre. Sigo de mangas cortas. El tiempo, siempre el tiempo, como para alivianar.