Ayer la familia itinerante se fue toda eufórica al partido, tercero y definitivo de la primera serie de play off del hombre de la casa. Bueno, toda es un decir, porque la tía recién llegada quedó postrada, con un malestar general que todos atribuimos al estrés y descompaginación total que un viaje como el que hizo (con escala en ny de ocho horas!) puede generar.
Cuando volvimos, con la euforia que tocaba picos límites, porque estamos en semifinales y "mimarido" está jugando impecablemente, me cayó encima toda la culpa. La señorita yacía inmóvil, apenas si podía hablar, doblada en dos del dolor de panza y ya sin fuerzas de las innumerables corridas al baño.
Del dengue a la fiebre porcina, a su gastritis omnipresente, todas las posibilidades fueron barajadas. Pero lo importante era actuar rápido. Cosa que conociendo el sistema de salud italiano no sería tan simple. Llamé al 118, servicio de emergencias. Me dijeron que no era un cuadro digno de 118. Ok. Me derivaron a la "guardia médica", servicio permanente de atención para este tipo de casos a domicilio (mi hermana no tenía fuerzas ni estaba en condiciones como para ir hasta el hospital). Estos también me dijeron que era imposible, que le hiciera poner una intramuscular de plasil (como el reliverán) y que espere. Pero señor, yo no tengo quién se la ponga, por eso mismo lo estoy llamando, necesito que vengan a ponerle "ustedes" la inyección. Pero señora tenemos dos casos más y sólo un médico y vamos derivando de acuerdo a la urgencia del caso. Bueno pero en cuánto se desocupan? Y en una hora más o menos. Vaya comprando el medicamento en la farmacia de turno. Mientras mi marido me gritaba como desaforado que nosotros también somos italianos, que te sienten el acento y no te dan bola estos hijos de puta, deciles que tenés derecho como todos a que te atiendan, que no se hagan los boludos, yo iba cortando dócilmente, casi decidida a irme hasta la farmacia y a esperar la hora teórica que tardaría el médico en llegar. Más gritos de don marido, y vuelta a agarrar el teléfono, para ver si me encabronaba (aunque conociéndome no sé si lo hubiera logrado) y me daban finalmente bola... cuando al susodicho se le ilumina la mente con la máxima del sur italiano por excelencia "fatti gli amici buoni". O sea, a todos lados se llega por las amistades, los conocidos, las conexiones... no queda otra. Y llamó a uno de los hinchas del equipo que es enfermero, Pasquale. San Pasquale vino enseguida, con su cargamento de jeringas y medicamentos (muchos extraídos dudosamente del hospital para el que trabaja), y luego de una perorata larga que para mi hermana debe haber sido un verdadero calvario, en medio de la cual incluyó un comentario incluso sobre el bajo peso de ana y de la necesidad de engordarla a fuerza de dieta mediterránea, empuñó la jeringa salvadora y literalmente la sacó de las tinieblas.
Eso, ya la tenemos de nuevo en pie a la tía, y lista para seguir repartiendo mimos a Emi, paseando por la geografía napolitana y engatusando a los compañeros de mi marido.
Grande Anita! (y grande San Pasquale!).