viernes, 16 de marzo de 2012

Casi como volver...

Cuando uno vive tantos años dando vueltas y vueltas, siempre idealiza el momento de volver. Pero a mí, fundamentalmente, me costó mucho siempre imaginar y saber dónde quería que fuera "el" lugar donde establecernos, aunque la balanza se inclinaba y se inclina siempre y cada vez más por mi pueblo de veredas anchas.
Ya estoy aquí, por un tiempo, pero el tiempo más largo quizá desde que empezamos esta vida itinerante (seis meses!). Y es, en cierto modo, un simulacro bastante realista de lo que será el después. Emilio empezó salita de 4 años, por tercera vez (tenía un inicio previo en Italia, otro en Corrientes), en el mismo cole donde hice toda la primaria. El mismo patio, las mismas arcadas, la misma casita donde jugábamos al poliladron, a la mancha y a la escondida...
Yo no llegué a poner un pie que ya tenía dos ofertas de trabajo. Una impensada, demasiado grosa, demasiado todo. Demasiado de esas que dan para pensar: ¿y yo quiero de verdad esto? Mil veces dije que hubiera dado todo por un laburo estable, un laburo que me dé tranquilidad, que me haga sentir realizada y feliz, "en lo mío". Pero qué mierda. Por suerte supe ir tejiendo los hilos de la freelanceada, y lograr algunos curritos interesantes, que me los puedo llevar a cuestas.
La oferta es tentadora. Y las voces del pueblo que te dicen: "no podés rechazarlo" lo son más aún. Pero yo escucho mi voz interior, y me dice que no, que no es lo que quiero. Que Pablo todavía tiene un par de años más de vida itinerante, que quién me manda a establecerme acá con los chicos, trabajar ocho horas por día fuera de casa, que él siga vagabundeando, y que nos veamos una vez al mes... Esa no es mi idea de familia. No, y menos con nenes tan chiquitos.
Me voy a animar a decir que no. Voy a seguir arriesgando. Esta vida es un poco loca, cambiante, intensa. Pero nos hace felices. No logro imaginarme de otro modo, por ahora. Aunque de a poco, lentamente, vamos echando amarras.

jueves, 8 de marzo de 2012

Al cuadrado

- Hoy hice lentejas para toda la familia. Y Federica se comió su buena porción, procesada, junto con las cebollitas y el zapallo en el que se hirvió todo. Esta chica come hasta bulones, como se suele decir. Qué satisfacción.
- Ayer dije en el jardincito de Emilio que estos seguramente iban a ser sus últimos días, que el lunes ya no va a ir más, que va a empezar su jardín en mi pueblo de Córdoba... Y la maestra me dijo: "¡Qué pena! Es que Emilio es un espectáculo. Ojalá todos los chicos fueran como él". Qué satisfacción, bis.

lunes, 5 de marzo de 2012

La vida es bella, ella es bella





Yo recuerdo muy bien cuánto blogueaba cuando Emilito tenía la edad de Federica. Necesitaba la catarsis casi diaria (y el apoyo de la red de mamás que más o menos hemos ido armando) casi como al agua, como al aire. Ahora es un poquito diferente. Bastante diferente. Sin dudas, soy otra. Con otras seguridades como mamá. Ella es diferente. Es una santa. Pero estoy convencidísima de que todo pasa también por mis seguridades y la tranquilidad que logro infundirle (creétela sí, creétela!).
No pasa ni siquiera por estar en Argentina o no, creo. Ella fue así, una bebita pancha y sonriente, casi desde el nacimiento. Tuvo sus ataques de llanto, sí, no crean que no. Cólicos vespertinos, o como quieran llamarlos. Deben haber durado dos semanas o más. Todas las noches antes de dormirse lloraba a gritos desde las 22 hasta la medianoche, o como sea, una hora y media o dos antes de lograr caer rendida. ¿Gases? ¿Nervios acumulados durante el día? Quién sabe... yo solo atinaba a estar tranquila, decir "ya va a pasar", ponerla en la teta, en la cama, abrazarla fuerte, acunarla. Todo. Pero todo con calma, y con esa "consapevolezza", esa certeza absoluta de que "ya va a pasar". Eso que te da solo el haberlo pasado alguna vez antes.
Ahora tiene siete meses, dos dientes, pelos dorados tirando a anaranjaditos, pelitos largos pero tan finitos que parece que se fueran a volatilizar, muchos rollitos, una panza que se le cae del pañal, y sonrisas pícaras a toda hora. Emilio vuelve del jardín y solo pregunta por ella. Ella le devuelve todo su amor con babas que se le caen y la sonrisa que se le sale de la cara, además de abrazos y tatatatata en la cara de su hermano. Pero el amor inmenso es con él, con su papá, nunca pensé que iba a ser tan marcado. Si lo ve pasar, le grita, lo llama, y si él no responde se larga a llorar desconsolada.
Sé que voy a pecar de madre babosa, pero no importa. Si Emilio tardó como dos años y medio en hablar, creo que ella va a compensar. Además de los tatatata, dice papa, papá, mama, mamama, identificándonos! Y el otro día -juro que es verdad, aunque solo sea casualidad, déjenme contarlo- le dije: "Vamos a tomar teta?", y ella respondió "Ateta!".
Ahora sí, le debía un post todo a ella, porque hace la vida más bella de lo que ya es.
Federiquita bella, mi chinita, Chuquita de mamá.