Ya estoy aquí, por un tiempo, pero el tiempo más largo quizá desde que empezamos esta vida itinerante (seis meses!). Y es, en cierto modo, un simulacro bastante realista de lo que será el después. Emilio empezó salita de 4 años, por tercera vez (tenía un inicio previo en Italia, otro en Corrientes), en el mismo cole donde hice toda la primaria. El mismo patio, las mismas arcadas, la misma casita donde jugábamos al poliladron, a la mancha y a la escondida...
Yo no llegué a poner un pie que ya tenía dos ofertas de trabajo. Una impensada, demasiado grosa, demasiado todo. Demasiado de esas que dan para pensar: ¿y yo quiero de verdad esto? Mil veces dije que hubiera dado todo por un laburo estable, un laburo que me dé tranquilidad, que me haga sentir realizada y feliz, "en lo mío". Pero qué mierda. Por suerte supe ir tejiendo los hilos de la freelanceada, y lograr algunos curritos interesantes, que me los puedo llevar a cuestas.
La oferta es tentadora. Y las voces del pueblo que te dicen: "no podés rechazarlo" lo son más aún. Pero yo escucho mi voz interior, y me dice que no, que no es lo que quiero. Que Pablo todavía tiene un par de años más de vida itinerante, que quién me manda a establecerme acá con los chicos, trabajar ocho horas por día fuera de casa, que él siga vagabundeando, y que nos veamos una vez al mes... Esa no es mi idea de familia. No, y menos con nenes tan chiquitos.
Me voy a animar a decir que no. Voy a seguir arriesgando. Esta vida es un poco loca, cambiante, intensa. Pero nos hace felices. No logro imaginarme de otro modo, por ahora. Aunque de a poco, lentamente, vamos echando amarras.