jueves, 4 de julio de 2013
Entrando en modalidad Winter holidays!
Oh, nunca deseé tanto que llegaran las vacaciones de julio, winter holidays, oh yeah! No sé si conté (no, obvio, no conté, si no tenía tiempo ni de respirar) que empecé a dar clases de idiomas, a despuntar un poco el vicio de la docencia, vocación, amor al arte, pasión, como quieran llamarlo. Muy lindo todo pero qué gran laburo. Tampoco sé bien por qué, aunque quizá sí, es ese vicio maldito de creer que una puede con todo, me cargué de horas, varias horas, a la mañana, a la tarde, a la siesta, a la nochecita, cortando en los horarios claves de búsqueda de niños, merienda, llevada de Feda a la guardería, etc. No solo me propuse como profe de italiano en una academia privada, lo cual me en-can-ta y me sirve para seguir en contacto con mi adorada península, sino que también sumé varias horitas de inglés en la misma academia (por las dudas que no haya tantos alumnos de italiano y total sabemos que en la academia es bastante tranqui, porque son grupos chicos y la gente viene porque quiere, y no es tan desgastante como en el secundario... ah sí, porque también el año pasado me puse al hombro una suplencia de inglés en un colegio, locuras que uno hace en esta vuelta y readaptación al pago chico).
A todo eso sumale que sigo con mucho trabajo freelance con traducciones y comunicaciones varias. Y el tira y afloje constante con marido: dedicate a eso, que eso te permite trabajar a nivel global, que ganás en euros, que ganás en dólares, que las horas de trabajo te rinden más, que acordate que a mí en unos años se me acaba el curro de jugador de básquet y qué vamos a hacer, sí pero yo necesito salir de casa, el contacto con la gente, estar todo el día frente a la compu me cansa, necesito enseñar, quiero enseñar, es gratificante, etc, etc, etc. Ja. Acá estoy. Traducciones y trabajos freelance llegan a montones. No digo que no. Las horas de clases son las que son. Intento recortarlas y no puedo. Las demandas de los niños son las que son. Gracias al cielo Pablo tiene un trabajo muy tranqui -benditos sean los deportistas profesionales- y tengo a mi madre, mi abuela y una niñera que vale oro, aunque viene solo cuatro horas a la mañana, es una gran mano. Consecuencia: me levanto casi todos los días a las cinco, o cinco y media, corro todo el día, con suerte me tiro media hora a la siesta con Federica en la cama grande para recuperar aire, oxígeno, energías, etc. y sigo, sigo, sigo. Llegué a tener la espalda en tal estado que lloraba con solo mirar la compu. Hasta que hice uno de los mejores descubrimientos de este 2013: el quiropráctico. Que en dos sesiones de 10 minutos me dejó como nueva y lista para el súper nuevo mega proyecto de miles y miles de palabras que me está quitando el sueño por estos días.
Es todo como muy frenético. Mis hermanas que viven en la gran ciudad no pueden creer que yo lleve esta vida viviendo en una mini ciudad de menos de 20 mil habitantes. Claro, ellas no tienen hijos, punto uno. Punto dos, quizá esto es consecuencia de haber estado varios, varios años como en modalidad stand-by, viendo qué onda, haciéndole el aguante a Pablo en su carrera y relegando muchas de mis cosas a terceros planos. Ahora es él el que me hace el aguante a mí, aunque claro, este ritmo no sé cuánto más lo vamos a soportar! Neurótica yo? ja!
Y en el medio, una casita hermosa que alquilamos desde hace casi diez meses, compra de muebles y electrodomésticos en mil quinientas cuotas, auto y moto para poder movilizarnos a todo lo que da por las calles tranquilas o relativamente tranquilas de mi ciudad, todo va como en cámara súper rápida. Hasta Federica, que se me transformó sin darme cuenta en una nena adorable que casi tiene dos. Hoy fui a averiguar todo para su cumple y pensaba eso: llegar a los dos de Emilio fue lento, trabajoso, recuerdo largas tardes sola, en mi casa de Italia, sacándole fotos, blogueando, matando el tiempo... los dos añitos de Federica volaron, fueron un sucederse vertiginoso de cosas lindas, no tan lindas, sorpresivas, imprevistas, pero tan llenas de amor, de gente, de risas, sonrisas, brazos y abrazos que a veces cuando veo que con todo lo que hacemos apenas llegamos a fin de mes y que sobre es algo extraordinario, no me importa tanto... sí es cierto, me pica a veces el bichito de la inquietud, de volver a levantar vuelo. Pero que los dos primeros añitos de mi hijita hayan pasado así, con tanta contención, no tiene precio. Quién sabe, la vuelta fue para eso, para la crianza, para recargar amor, para pensar un poco, para parar esa lejanía y esa itinerancia que a veces llegaban hasta a doler, casi como un dolor físico.
Me siento más entera, tranquila, madura, es como si me hubiera sacado las ganas de hacer tantas cosas que allá no podía, no se daban. Es como que también me ayudó a poner los pies sobre la tierra y saber qué es lo realmente clave, esencial en la vida.
Resumiendo, algo así estuvo pasando en todos estos meses. Los dejo, me siguen esperando los proyectos de traducción, Federica duerme y Emi están en el cole. Hay que aprovechar.
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