miércoles, 21 de octubre de 2015

La vida sin parar la pelota

Últimamente he estado bastante autocrítica y he dejado de echar la culpa a los demás (léase Pablo, porque es lo más fácil) por mi falta de decisión, por mis vaivenes constantes, por este no parar la pelota nunca.
Así vivimos, un arremeter constante, trabajar trabajar trabajar, acomodar, cocinar, bañar los niños, trabajar trabajar trabajar, soñar un poco, soñar mucho, acomodar, cocinar, bañar los niños, supermercado, ah no, hoy los llevás al cole vos, que natación que básquet que fútbol, dormir poco, soñar mucho, ahora tres horas de entrenamiento diario necesitás, y yo con ir dos veces por semana a moverme un poco me conformo, pero ahora me compré la bici y me muevo más.
Somos inquietos y soñadores ambos, somos inconformistas e idealistas. Un combo explosivo dijo mi marido.
Tenemos materialmente, espiritualmente y afectivamente mucho más de lo que hubiéramos soñado a los veinte y bastante más de lo que me juré que iba a tratar de conseguir para que mis hijos nunca tuvieran que pasar algunas necesidades que pasé yo.
Pero no tenemos una casa. No elegimos aún el lugar para quedarnos. Y el sueño de volver a Europa siempre está, pero también están las ganas de dejarnos de tantas vueltas y echar raíces, tratar de ser sensatos, alguna vez.
Creo que ahora la decisión final pasará por mí. Ya decidió mucho él por mí antes. Con cada contrato, con cada nuevo destino, con cada lugar al que nos llevó la pelota.
Mi trabajo no ayuda. O sí. Lo puedo hacer desde cualquier lado y tengo clientes cada vez más "globales". ¿Si tuviera un trabajo que no dependiera de la virtualidad y fuera meramente físico quizá sería más fácil?
Tampoco lo sé. Creo que es la esencia de cada uno. Esa esencia que nos llevamos dentro donde sea, donde sea que vayamos. Esa con la que no estoy tan peleada. Esa con la que me reconcilio cada vez más porque me conozco cada vez más. Tarea nada fácil y que nunca se termina, creo.
Así que bueno, aquí estoy, seguimos avanti. Un día que nos quedamos, un día que nos vamos, eso sí. No paramos la pelota NUNCA. Y no paramos de pensar lo mejor para ELLOS, nunca.
¿Qué pensarán estos locos lindos de sus locos padres? Por ahora, es amor incondicional.