Como le gusta decir a mi madre, para quienes sus hijas somos siempre unas sacrificadas trabajadoras explotadas por quién sabe qué maléficos jefes, aquí estamos, volviendo al yugo. Pero esta vez, volvemos al yugo de la maternidad full time, interrumpida por esas horitas de la mañana en la que vos hijo vas a la guarde, y yo mamá, intento poner orden a este quilombo que es mi vida laboral, hago grillas, organizo, escribo, mando notas, juego a ser periodista un rato. Nunca pensé que mi trabajo se iba a convertir en mi dispersión, contradicciones de la vida.
La cuestión es que volvimos el sábado al mediodía de nuestro súper magnífico tour ítalo-francés-monegasco. Qué aventura, señores. Partimos el martes, las dos familias: nosotros con el demonio rey sol de 14 meses y piquito; los compañeros de viaje con Juan, de ocho años, y Raniero, de dos meses y piquito también él. Y la pasamos sencillamente genial. Obviamente, imprevistos hubo y muchos. No estaba todo perfectamente organizado, pero era parte del juego, de la aventura, que haya sobresaltos, que haya emociones, ¿no? Así tiene más gracia. O por lo menos así lo pensaron los hombres, en quienes dejamos todo el asunto organizativo del itinerario, porque a ellos les gusta el tema de rutas, ruedas, combustible, etc, etc. Nosotras, nos hicimos cargo del menú, de las provisiones, de que a los niños no les falte nada, y ya. Es bastante. Como en una tribu nómade, valga la comparación. Por supuesto, el operativo carga y descarga fue casi una epopeya, considerando el tamaño del cargamento. Además, estaban los bolsos camuflados de Papá Noel que tenía que hacer su entrada triunfal la noche del 24. Pero todo salió redondito, ésa fue la conclusión final.
No la voy a hacer muy larga (je), porque esto tampoco es un blog de viajes, pero el tour fue más o menos así. Luego de manejar y manejar y manejar (los hombres), dormimos en un Autogrill antes de la frontera de Ventimiglia. Al día siguiente, retomamos el viaje. Primera parada: Mónaco, sol, sol, sol fulminante, yo casi que me pellizco por lo bello que estaba el tiempo, y me decía por dentro, dale, disfrutá, disfrutá, acordate lo que rompieron las bolas el frío y la lluvia en París! Y fue un placer. Tenía mis reservas con el principado, tan aristocrático, tan elitista, tan... irreal. Pero el poder de las cosas bellas no me deja de sorprender. La belleza te anestesia, no sé. No me imaginaba que ese contraste entre los Alpes que caen así, de lleno en el Mediterráneo, creando un escenario perfecto, me iba a dejar tan extasiada. Caminábamos, subíamos, trepábamos las escaleras interminables para llegar al palacio del príncipe y mi éxtasis crecía. Sencillamente maravilloso.
Ese mismo día nos fuimos para Niza y comenzó la odisea de encontrar lugar para dejar el camper, pasar la Nochebuena, las indecisiones, todos los campings cerrados (advertencia!!!)... la cuestión es que terminamos cocinando unas lentejas con cotechino, plato típico que se come en nuestra patria adoptiva para Navidad (entre una abundancia sobrenatural de otras delicias). A mí el cotechino no me gustó para nada, y las lentejas estaban un poquito duras, pero no importó. Abrimos un panettone y varios vinos, los niños se habían dormido temprano y nos divertimos muchísimo los cuatro adultos, la verdad que fue una decisión acertada, después de todo, quedarnos a pasar la Navidad en el camper.
Abrimos regalitos, recibí un bolso-cartera muy lindo, y un libro de parte de Pablo, La elegancia del erizo, de Muriel Barbery (gracias Mar, por la recomendación!) que ya me tiene atrapadísima!
Emilio recién al día siguiente abrió los suyos, y sus caras de alegría y sorpresa fueron el mejor regalo de Navidad.
El 25 paseamos por la zona, pasamos por Villelafranche (gracias Cori por la recomendación), pero vimos todo desde arriba del camper porque llovía mucho. Y nos volvimos para Italy. Llegamos a Génova como a las 16.30. Fuimos al Acuario, estuvo muy buena la visita (no sólo para los niños), nos sacamos las ganas de patinar sobre hielo, comimos unos kebabs y a ver de nuevo qué nos deparaba la ruta... Dormimos y al día siguiente, paseo por le Cinque Terre, un lugar hermoso entre mar y montaña en la Liguria (frustrado porque los campers no pueden entrar y los buses en Navidad no funcionaban, pero bueno, vimos alguito desde la entrada), vimos La Spezia (me pareció muy pintoresca esta ciudad!) y enfilamos para la Toscana.
No la voy a hacer muy larga (je), porque esto tampoco es un blog de viajes, pero el tour fue más o menos así. Luego de manejar y manejar y manejar (los hombres), dormimos en un Autogrill antes de la frontera de Ventimiglia. Al día siguiente, retomamos el viaje. Primera parada: Mónaco, sol, sol, sol fulminante, yo casi que me pellizco por lo bello que estaba el tiempo, y me decía por dentro, dale, disfrutá, disfrutá, acordate lo que rompieron las bolas el frío y la lluvia en París! Y fue un placer. Tenía mis reservas con el principado, tan aristocrático, tan elitista, tan... irreal. Pero el poder de las cosas bellas no me deja de sorprender. La belleza te anestesia, no sé. No me imaginaba que ese contraste entre los Alpes que caen así, de lleno en el Mediterráneo, creando un escenario perfecto, me iba a dejar tan extasiada. Caminábamos, subíamos, trepábamos las escaleras interminables para llegar al palacio del príncipe y mi éxtasis crecía. Sencillamente maravilloso.
Ese mismo día nos fuimos para Niza y comenzó la odisea de encontrar lugar para dejar el camper, pasar la Nochebuena, las indecisiones, todos los campings cerrados (advertencia!!!)... la cuestión es que terminamos cocinando unas lentejas con cotechino, plato típico que se come en nuestra patria adoptiva para Navidad (entre una abundancia sobrenatural de otras delicias). A mí el cotechino no me gustó para nada, y las lentejas estaban un poquito duras, pero no importó. Abrimos un panettone y varios vinos, los niños se habían dormido temprano y nos divertimos muchísimo los cuatro adultos, la verdad que fue una decisión acertada, después de todo, quedarnos a pasar la Navidad en el camper.
Abrimos regalitos, recibí un bolso-cartera muy lindo, y un libro de parte de Pablo, La elegancia del erizo, de Muriel Barbery (gracias Mar, por la recomendación!) que ya me tiene atrapadísima!
Emilio recién al día siguiente abrió los suyos, y sus caras de alegría y sorpresa fueron el mejor regalo de Navidad.
El 25 paseamos por la zona, pasamos por Villelafranche (gracias Cori por la recomendación), pero vimos todo desde arriba del camper porque llovía mucho. Y nos volvimos para Italy. Llegamos a Génova como a las 16.30. Fuimos al Acuario, estuvo muy buena la visita (no sólo para los niños), nos sacamos las ganas de patinar sobre hielo, comimos unos kebabs y a ver de nuevo qué nos deparaba la ruta... Dormimos y al día siguiente, paseo por le Cinque Terre, un lugar hermoso entre mar y montaña en la Liguria (frustrado porque los campers no pueden entrar y los buses en Navidad no funcionaban, pero bueno, vimos alguito desde la entrada), vimos La Spezia (me pareció muy pintoresca esta ciudad!) y enfilamos para la Toscana.
Llegamos a Firenze como a las 16 también, con mucho, muchísimo frío y viento helado, que no nos amedrentó... vimos la ciudad de Michelangelo desde el piazzale que lleva su nombre, bajamos en un colectivo hasta Ponte Vecchio, llegamos hasta el Duomo, la Piazza della Signoria, y nos dimos cuenta que no éramos los únicos locos que nos animábamos a andar. Todo en medio de una atmósfera navideña impagable. Congeladísimos, nos refugiamos en un bar a tomar chocolate caliente con torta, mmmmhhhhhh! Hubiéramos dicho que sí a cualquier cosa que nos ofreciera el mozo, y así hicimos, sin mirar la carta, no importaba nadaaaa!!! Gastamos lo mismo casi que si hubiésemos hecho una gran cena, pero valió la pena!
Y ya nos volvimos, con la pancita llena, ganas de unos mates, una pasta tranquila en el camper, dormir lo más cerca posible de Roma, para después despertarnos el 27 y viajar sólo un par de horitas para volver a casa!!
Uf, que se hace difícil retomar la rutina, pero qué bien vinieron esos días de aventura.
Y ya nos volvimos, con la pancita llena, ganas de unos mates, una pasta tranquila en el camper, dormir lo más cerca posible de Roma, para después despertarnos el 27 y viajar sólo un par de horitas para volver a casa!!
Uf, que se hace difícil retomar la rutina, pero qué bien vinieron esos días de aventura.